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De espacios olvidados a destinos turísticos sostenibles

Cortesía

 

De espacios olvidados a destinos turísticos sostenibles

 

Por Francisco Alberto Núñez Tapia, profesor e investigador en el Colegio de Ciencias Sociales y Humanidades e Investigador asociado de INNSIGNIA en CETYS Universidad – Campus Mexicali.


En muchas ciudades del mundo, las antiguas fábricas, talleres, plantas eléctricas o cervecerías han pasado de ruinas del progreso a escenarios de cultura, arte y turismo sostenible. Lo que antes eran espacios olvidados, muros de ladrillo con ecos de máquinas detenidas, hoy son foros, museos, galerías o cervecerías artesanales que atraen visitantes, generan empleo y rescatan la memoria colectiva. Este fenómeno, conocido como reutilización adaptativa del patrimonio industrial, representa una de las estrategias más creativas y sostenibles del urbanismo contemporáneo.

 

Tendencia mundial

Basta recorrer ejemplos emblemáticos para entender su potencial. En Querétaro, la Cervecería Hércules transformó una antigua fábrica textil del siglo XIX en un polo cultural que combina producción artesanal, gastronomía, música y diseño. El complejo mantiene su arquitectura original, pero la resignifica al convertir los vestigios de la antigua fábrica en parte del paisaje estético. En Mexicali, la Cervecería Ícono ocupa el antiguo inmueble industrial de la histórica Cervecería Mexicali, la cual operó entre las décadas de 1920 y 1970, convirtiéndolo hoy en día en un punto de encuentro comunitario donde convergen la historia local, la cerveza artesanal y la cultura independiente. Ambos casos muestran cómo los espacios industriales pueden revivir sin perder su autenticidad ni su memoria.

 

Este proceso no es exclusivo de México. En Bilbao, España, el museo Guggenheim surgió sobre terrenos industriales abandonados, detonando una regeneración urbana que hoy es modelo global. En Manchester, Inglaterra, las viejas fábricas textiles se convirtieron en centros de innovación y vivienda creativa. En Chile, el barrio Yungay recupera antiguos galpones para proyectos culturales autogestionados. Todos estos ejemplos revelan una tendencia global: valorar la herencia industrial ya que se convierte en motor de desarrollo sostenible.

 

Las consecuencias de este movimiento son significativas. Por un lado, fortalece la identidad urbana, al reconciliar a las comunidades con su pasado productivo y con la memoria de quienes trabajaron en esos espacios. Por otro, promueve economías locales basadas en el turismo, la gastronomía y la cultura. Según la UNESCO, los destinos que integran patrimonio industrial y turismo cultural generan empleos más estables y diversificados que aquellos basados en modelos extractivos o de consumo rápido. Además, al reutilizar infraestructuras existentes se reduce la huella ecológica derivada de nuevas construcciones.

 

Sin embargo, no todo es positivo, la gentrificación es un riesgo real. Cuando un espacio industrial rehabilitado se vuelve atractivo para el turismo o el consumo, los precios inmobiliarios pueden aumentar y desplazar a los habitantes originales. También existe el peligro de banalizar la memoria, reduciendo la historia obrera o comunitaria a una estética “vintage” sin contenido. Recuperar un edificio no equivale a rescatar su espíritu. Por ello, la dimensión social debe acompañar siempre a la estética y a la economía. 

 

Aprovechar los espacios industriales abandonados es, en esencia, un acto político y cultural. Es una manera de resistir el olvido, de reescribir la historia urbana desde la comunidad y de redefinir el turismo como experiencia educativa y responsable. Pero esta transformación requiere de un compromiso colectivo.

Las autoridades locales deben reconocer el valor patrimonial de estos inmuebles, actualizando sus marcos normativos para incentivar la inversión en conservación y restauración, ofreciendo beneficios fiscales o programas de uso temporal. Las empresas, especialmente las vinculadas a industrias creativas, gastronómicas o turísticas, pueden y deben apostar por modelos de negocio basados en la sostenibilidad y la memoria, evitando la sostenibilidad de escaparate o la simple apropiación estética del pasado.

 

El sector cultural puede fungir como mediador, conectando artistas, colectivos y gestores con estos espacios, transformando la nostalgia en creación contemporánea. Y la academia tiene un papel fundamental en la documentación, análisis y divulgación de estos procesos, promoviendo una educación patrimonial que forme ciudadanía consciente de su entorno.

 

Nueva experiencia urbana

Al final, la reutilización del patrimonio industrial no consiste solo en embellecer lo viejo, sino en darle nueva vida sin traicionar su origen. En cada muro restaurado hay una oportunidad para reconciliar memoria y futuro; en cada tanque oxidado que se convierte en sala de conciertos, un recordatorio de que la cultura puede ser también una forma de regenerar economías y sanar territorios.

 

Las cervecerías artesanales que hoy florecen en antiguos complejos industriales son un ejemplo de cómo el ingenio local puede transformar el paisaje y las narrativas urbanas. Entre el aroma del lúpulo y el eco de las calderas, resuena la idea de que el patrimonio industrial no pertenece al pasado, sino al porvenir que sabemos imaginar con responsabilidad.

 

 

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