Alimentos con identidad: Fortalecer lo local como ventaja competitiva

*Experta en sostenibilidad I Opinión Impulso Empresas2030
En un mundo marcado por disrupciones globales, alzas de precios e incertidumbre geopolítica, fortalecer los sistemas alimentarios locales ya no es solo una cuestión cultural o ambiental: es una decisión estratégica. Las cadenas de valor más cortas, basadas en producción nacional diversificada, ofrecen ventajas competitivas en términos de resiliencia, trazabilidad, innovación y cercanía con el consumidor.
Actualmente, más del 60% de las calorías que consumimos a nivel global provienen de solo tres cultivos: maíz, trigo y arroz. Esta concentración, combinada con una alta dependencia de insumos agroquímicos y comercio internacional, ha generado vulnerabilidades importantes. Las interrupciones logísticas derivadas de la pandemia, la guerra en Ucrania y el cambio climático han dejado claro que necesitamos diversificar tanto lo que comemos como cómo lo producimos.
México es un país con una riqueza agroalimentaria extraordinaria: variedades nativas de maíz, frijoles, chiles, quelites, frutas tropicales, sistemas como la milpa y las chinampas, y una red de pequeños productores con saberes que han pasado de generación en generación. Sin embargo, gran parte de esta diversidad está subutilizada o excluida de las cadenas formales de abasto.
Apostar por la producción nacional y local no significa renunciar a la eficiencia o a la escala, sino repensarlas. Una empresa que diversifica su base de proveedores, que invierte en agricultura regenerativa local, o que acorta la distancia entre campo y mercado, puede mejorar su seguridad de suministro, reducir emisiones, ofrecer productos diferenciados y construir relaciones de largo plazo con comunidades productoras.
Además, incorporar ingredientes con identidad territorial y origen responsable permite a las marcas conectar con un consumidor cada vez más informado y exigente, que busca no solo calidad, sino también propósito. Esto no solo mitiga riesgos, sino que abre oportunidades de diferenciación e innovación.
Ya existen modelos inspiradores: programas de compras públicas a productores locales, mercados de proximidad, cooperativas agroecológicas, cadenas cortas con trazabilidad digital. Todos apuntan hacia una misma dirección: relocalizar parte del sistema alimentario, reconectarlo con el territorio y generar valor compartido.
Las empresas que invierten en relaciones con productores locales no solo generan impacto positivo en lo social y ambiental, sino que también obtienen ventajas competitivas: mayor control sobre calidad, trazabilidad, tiempos de entrega y una narrativa de marca más auténtica. Este enfoque permite salir de la competencia centrada en precio y acceder a mercados de valor agregado, donde el origen, la historia y el propósito pesan tanto como el producto mismo.
Fortalecer las cadenas alimentarias locales es, en definitiva, una forma de construir futuro: más justo, más resiliente y más sabroso. Invertir en ellas es cuidar la tierra, la cultura y las personas, pero también anticiparse a un entorno donde la sostenibilidad, la identidad y la seguridad alimentaria serán claves del éxito empresarial.